Dejó su libro sobre la colcha celeste, bordada con margaritas blancas, que cubría la cama de madera color miel tallada por las artesanas manos de un hábil carpintero. Acarició a su gata de pelo negro que se restregaba mimosamente por sus piernas, tendría cuidado de no pisarle el rabo. Casi siempre, sin darse cuenta, se lo pisaba. Cuando esto sucedía, la noble mascota no le arañaba, solo lanzaba un maullido que expresaba dolor. La cogió entre sus brazos y paseó su mano derecha, con mucha suavidad, sobre la cabeza de la Negra mientras ésta entornando sus ojos emitía un pausado ronroneo. Demostraba así que era feliz sintiendo el tacto de aquella infantil mano de dedos larguiruchos. Se dirigió hacia la cocina del viejo cortijo. Dejó a la Negra en el suelo y se lavó escrupulosamente las manos.
Se sentó en una silla de anea junto a la mesa de la cocina ataviada con un hule de cuadros azules y blancos. Supo con solo pasar su mirada sobre ella que ese día no almorzaría a pesar de la insistencia de su madre para que se lo comiese todo. Tres platos humeaban desprendiendo el aroma que tanto gustaba a los mayores y que al referirse a esta comida hablaban de un suculento potaje sofrito.
En la vieja y hollinada chimenea centelleaban las ascuas de los leños, casi consumidos, bajo los negros hierros donde, momentos antes, estuvo la olla de barro cociendo lo que contenían los platos. Justo al lado, se hallaba una rasera y una cuchara de madera sobre un plato esmaltado de un blanco inmaculado. Se imaginó a su madre soplando para que el fuego se mantuviese sin apagarse. Casi podía ver el reflejo de la lumbre en su pelo negro azabache recogido en un voluptuoso moño que caía sobre su nuca. Muchas horas de trabajo. Muchas horas soplando y moviendo de vez en cuando los ingredientes que se contorsionaban en el líquido en ebullición. Con los ojos abiertos era capaz de imaginarse la escena.
Dejó caer sus piernas delgadas meciéndolas por detrás de los travesaños de la silla donde estaba sentada. Introdujo la cuchara en el plato, no sabía por donde empezar. Ladeó las espinacas, los restos de tomate, jugueteó con los garbanzos y pensó: “hoy estaré castigada a no ir al río, no me gusta la comida. Siempre igual…acelgas, espinacas y mamá obligándome a comer lo que no me gusta mientras me increpa diciendo que he de comer de todo…todo es siempre igual, las comidas no cambian. ¿Qué me importa si no crezco? Solo quiero ir al río”.
Para ir al río esa tarde ella sabía que tendría que devorar todo el plato, solo eso se le exigía. No había más. Ni siquiera podía protestar ni gritar. Si lloraba el castigo sería doble. Papá no soportaba los ruidos. Tendría que intentarlo en silencio aún sabiendo que no lo conseguiría.
Miró hacia el techo. Contó las vigas de madera, el cañizo que había entre ellas. El plato seguía igual de lleno. La Negra podría ayudarle, a veces le había ayudado hasta que mamá se dio cuenta de que la gata era quien mas comía cuando se trataba de comidas que eran cocinadas con verduras. Desde entonces la Negra no se podía aproximar a ella mientras estuviese sentada con el plato delante.
Dirigió su vista hacia al plato de potaje, intentaba contar los garbanzos y las cucharadas de caldo que se comería, pero al final entendió que si no pasaba nada mejor esa tarde se quedaría mirando la puesta de sol desde el letrero situado a la orilla de esa carretera comarcal. Esa tarde estaría castigada. Su madre no la dejaría ir al río y al final se lo tendría que comer todo.
Su madre le observaba en silencio. Decidió mojar pan en el caldo y empezar por los garbanzos y las patatas. Sabía que ya se estaba agotando la paciencia materna.
No escarbes más y carga la cuchara -le dijo su madre en un tono enérgico-, llevas ya dos horas sentada y no has comido nada. Te lo comerás frío.
No me gustan los hierbajos del potaje –contestó mientras miraba a su madre con una mirada de súplica con la esperanza de que esta vez no le obligara a comérselo todo-, ¿me como las patatas y los garbanzos?
Todo. Tienes que dejar el plato limpio si quieres ir a jugar esta tarde y lo has de comer tú sola con tu mano- le ordenó sin alterar el tono de voz. Sus palabras eran firmes, tajantes.
Sabía cual sería el siguiente paso. No estaba equivocada. Su madre se acercó, después de unos minutos, cuando terminó de fregar los platos y cubiertos utilizados. Desmenuzó con el tenedor todos los ingredientes de esa comida que ella era incapaz de meterse en la boca. Tendría, otra vez más, que ingerir todo sin hacer separaciones porque ya todo estaba mezclado. Miró la pasta rojiza y verdosa con resignación. Su madre se sentó a su lado.
Abre la boca y traga rápido. No tengo mucho tiempo. Cuantas mas vueltas des más fría estará y menos te gustará- dijo la madre en un tono que dejaba entrever que ya no había mas tiempo de espera.
Abrió la boca siguiendo el mismo ritmo que llevaba la mano de su madre con la cuchara rebosante. No masticaba, cerraba los ojos mientras tragaba. El sabor de las espinacas le producía náuseas, por eso no masticaba. Solo le faltaba encontrarse con un ajo cocido dentro de su boca. El plato quedó sin restos de comida en pocos minutos, a ella le pareció que había transcurrido una eternidad. Se comió un plátano y se levantó de la silla.
No hacía falta pedir permiso para irse, no lo obtendría. Cogió una libreta y un lápiz. Le gustaba dibujar palabras pero antes preguntaba su significado. Su curiosidad por lo que estaba escrito en los libros era mucha y ya descifraba muchas frases de lo que en ellos estaban impresas. Mañana, después del desayuno, sabía que sí podía ir al río.
miércoles, 9 de abril de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
10 comentarios:
HOLA VERA:
ME PARECE GENIAL,ESPERO EL SIGUIENTE CAPITULO.
ANA
Hola Ana,
Seguiré con este relato.
Un abrazo
hola .esta noche leyendo el relato me traslade a ese cortijo, y con los ojos cerrados recree toda la escena ,hasta el mas minimo detalle.
Sigue,que esperamos continuación.
besos sutil
¡Qué recuerdos!..., has conseguido trasladarme a mi infancia, cuantos días la misma historia, delante de un plato de comida que era incapaz comer, y que si no lo hacía me castigaban sin lo que más me gustaba, ir al cortijo donde trabajaba mi padre como jardinero, y perderme entre laberintos de jazmineros, jugar debajo del gran algarrobo….
Gracias Vera, por unos momentos has hecho que vuelva a ver a mi madre sentada en la mesa diciéndome-“ahí tienes el cortijo”…
Un besazo
Carmen
Sutil, si que seguiré. Al principio sentí un poco de pánico, poco a poco va desapareciendo esta sensación. Con el transcuerso de los días me siento más cómoda cuando me pongo delante del teclado para dar rienda suelta a mi pensamiento.
Besotes
Carmen,lo mas bello son los buenos recuerdos que perduran en el tiempo.
Puede que esos castigos queden en la memoria registrados como una anécdota, pero si se cerramos los ojos, agudizamos los sentidos, podemos ser capaces de percibir el olor que desprenden los jazmines, la tierra húmedecida por las gotas de lluvia, el sonido del viento que sacude a los árboles...los pasos del silencio al recorrer, en un acto de recuperación, nuestra trayectoria vital,
Me alegro por tí, por mí y por aquellas personas que son capaces de poder seguir percibiendo todo lo bueno que experimentan en su vida.
Un abrazo
Hola preciosa, ayyy cuantas tardes con un plato como el tuyo sin poder comermelo, sigo sin desear las verduras...
Me encanta la historia, quiero seguir leyendo los capítulos, porque todos hemos sido niñas o niños de 4 años, con sueños e ilusiones pero sobre todo mucha imaginación, que tu tienes la capacidad de plasmar con tus escritos.
Me muero por el siguiente capítulo.
Besos y lo dicho, este es de libro.
Gracias Yo. Creo que pronto lo tendrás. Sé que cuando algo no te guste, también me lo dirás.
Besos.
HOLA, eres grande, has conseguido en solo dos minutos volver a hacerme sentir akella sensacion de la infancia.....cuando sabias ke estabas a punto de perder algo grandioso por culpa de ese plato de espinacas....ese recuerdo es....bonito y bueno...y me ha encantado volver a sentirlo...porke veo ke todo perdura si tenemos recuerdos......espero con ansias tu proximo capitulo...SIGUE,SIGUE,SIGUE
muchos besitos....BELEN
Belen, si he llegado a conseguir que sientas esa sensación me doy por satisfecha, A veces, si te soy sincera, la siento. No me gustan las verduras a pesar de que soy consciente de que son enriquecedoras para el organismo y me obligo a devorarlas...
Como de todo porque estoy convencida de que debo hacerlo, pero a mí me pasaron cosas similares: toda la tarde frente a un plato que me producía nauseas y era incapaz de consumir.
Un abrazo
Publicar un comentario