domingo, 5 de diciembre de 2010

La niña y el río: reencuentro

Hacía tiempo que no conectábamos. Yo sabía que andabas por algún lugar cerca de tu cuna de nacimiento. Manuel, el niño de mirada traviesa, seguía manteniéndola a pesar del paso del tiempo, me lo dijo. Conectamos por casualidad. Intercambiamos impresiones durante horas intentando recomponer recuerdos desperfilados por las diferentes versiones influenciadas por las vivencias individuales. Fueron momentos agradables. Supe, por el, que un día pasé por ese pueblo donde vives, no me detuve porque no sabía que allí tenías tu hogar, solo recuerdo el nombre. Habíamos perdido el contacto. Nunca me alegraré tanto de una llamada como la que me hizo Manuel aquel día para comunicarme que regresarías al lugar de tus raíces. Contesté sin pensarlo, no lo necesitaba hacer,… “dale mi teléfono, quiero verla”.

Pasaron los días esperando tu llamada, creí que nunca vería tu número reflejado en mi vieja pantalla, pero lo hiciste aunque tuvimos que salvar mi problema con la cobertura de la operadora. Me sentía inquieta esperando ese almuerzo en el lugar donde un año antes varios días compartimos alimentos y muchas horas de reflexión Manolo -así le sigo llamando- y yo.

Sonó el timbre de la puerta, mi alegría era inmensa, salí a abrir… físicamente habías cambiado, no venías sola. Se rompieron todas mis dudas, todos mis temores. Se que ese día recuperamos parte del tiempo y que un nexo nos une de forma natural. Ese día supuso un grato reencuentro que deseo perdure. Dije que te vería, que iría a tu encuentro. Me ofreciste tu casa, me invitaste a compartir horas de vivencias contigo y con los tuyos. Reconozco que soy perezosa, pero mi deseo es ir. Claro que iré porque somos parte de unas raíces que se niegan a morir.

Recuerdo la expresión de tus ojos que me llevan hasta otros ojos ya inexistentes. Me acurruco entre las sábanas del recuerdo y llego hasta los Ridao para envolverme en el chal de sus silencios, en ese amor incondicional que nunca se grita pero que existe en el fondo del arcón de sus almas… entonces los silencios se erigen como fortaleza, como genio indomable según las interpretaciones de quienes juzgan. Tras la capa de hielo hay un amor amante y desinteresado que sufre sin apenas susurrar su dolor.

Sentí enorme placer en ese reencuentro, no lo dudes, que no te haga dudar mi silencio. Hoy Marisol, arropada por las sábanas del recuerdo, tengo dulces sensaciones que me producen el regreso a las vivencias de antaño junto a esos antepasados incomprendidos. Hoy comprendo lo que antes no supe ver porque yo también soy silencio y llevo una espina adormecida acunada por lo que me legó el tiempo. Tal vez por eso soy capaz de entender lo que expresan los silencios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

es todo una alegria que me dediques esta prosa. muchas , muchas gracias te respeto y te admiro a partes iguales tu prima que te quiere